miércoles, 13 de noviembre de 2013

Lo Irretornable (cuento)















Cenote Chichib


Lo Irretornable
      (cuento)

¡No volverán! “Jamás los verás de nueva cuenta, sólo guárdalos en el recuerdo”

Así habló el viejo a su nieto, aun niño, quien a duras penas reprimía sus lágrimas al ver alejarse camino al horizonte todos los sueños que lo acompañaron en el transcurso de su niñez. Una niñez pletórica del amor de los suyos. Miguel cerró los ojos para no verlos desaparecer, pero irremediablemente se esfumaron. “Qué seguirá en adelante, se preguntó. Los que se fueron ya no retornarán. Mi abuelo escribió en uno de sus poemas”


Ya no veré brotar las nuevas frondas
Cuando renazcan estaré muy lejos
Y crujirá mi cuerpo cual las hojas
Cuando me pise el tiempo.


“Esas nuevas frondas que ya no vio mi abuelo las estoy viendo crecer; son fuertes y tupidas y bajo de ellas disfruto la frescura de su sombra. ¡Cómo ha pasado el tiempo!” reflexionó el joven Miguel.

Esa mañana había encontrado entre sus libros, un breve mensaje escrito por su abuelo:

“Adelante hijo. Tú tienes la fortaleza y el entusiasmo y tu salud es buena. El amor de los tuyos te cubrirá por siempre y el futuro que te aguarda, lleno de dicha, lo abrirás con las llaves de tu inteligencia, tu sensibilidad y tu nobleza. Yo estaré siempre contigo”



Tu abuelo.


Dzunum

miércoles, 24 de febrero de 2010

El Cuento Chino






Los Cuentos Chinos

El cuento chino se ha convertido casi en una tradición en México.

Dominado especialmente por los mitómanos, podemos decir que ya es una técnica que sirve de pretexto para evadir responsabilidades; para no asistir a algún compromiso o para justificar el no haber asistido; para no cumplir con nuestras obligaciones; también para lograr ventajas u obtener beneficios o simplemente para tomar el pelo. El cuento chino se improvisa momentáneamente con embustes exagerados y sirve también para urdir engaños, abusos, fraudes, seducciones, etc., etc. Se caracteriza entre otras cosas, porque no convence plenamente sino que siempre despierta dudas, pero al mismo tiempo no deja lugar para reclamar, reprochar o desenmascarar al embustero, que tiene la habilidad de prevenirse para que esto no suceda.

En vía de comprobar los orígenes del cuento chino, me trasladé al vasto país asiático recorriendo las ciudades principales en las que, valiéndome desde luego de traductores, consulté las fuentes históricas y literarias de ese gran pueblo, suma de cultura y sabiduría, pero los cuentos sutiles y poéticos, plenos de inigualables fantasías, que forman parte del tesoro literario de esa nación, a nadie pretenden engañar sino entretener y divertir, y jamás hubieran dado origen al degradado, inconsistente y a veces indignante “cuento chino”.

Las enciclopedias que he tenido a la mano, tampoco me dieron luz sobre los orígenes del “cuento chino”, pero por las investigaciones realizadas en el continente americano, encontré algunas frases o modismos que pueden tener relación con el “cuento chino”, tales como: “me engañaron como a un chino”, “hacerle al cuento”, “venirle a uno con cuentos”, “vivir del cuento”, “dejarse de cuentos”. En cambio, nunca pude vincularlo con los cuentos de Andersen, Hoffman, Lafontaine, los hermanos Grimm, Perrault o los anónimos de Las Mil y Una Noches y el único clásico del cuento que pudo servir para inspirar el “cuento chino” pudo ser Carlo Collodi con su mentiroso muñeco de madera, cuya nariz se ha convertido en todo un emblema del embuste.

Para aquellos que desconocen este idioma de mitos y falsedades, trataré de ilustrar algunos ejemplos:

“No lo va usted a creer, ayer perdí el día esperando que viniera a cobrar, ya no pude hacer las cosas importantes que tenía en mi agenda.

¿Dice usted que el día de pago del documento es hasta hoy? ¡Qué memoria la mía! ¡Creí que ayer era el día de hoy! Lo lamentable es que al ver que no venía usted, llevé de nueva cuenta el dinero al banco y lo deposité a plazo de veintiocho días por lo que no me es posible retirarlo en este momento para pagarle.”

”Yo soy el primero en lamentarlo señor mío, voy a tener que cubrirle un interés mayor por la cantidad que adeudo. No obstante, los artículos que adquirí no los he desempacado aún y si llegara a haber alguna duda sobre mi solvencia económica, estaría dispuesto a regresárselos. ¿Que no hay problema?, bien, eso deseaba escuchar. Si me disculpa, tengo cosas importantes que hacer, pero le garantizo una gran compra para equipar la residencia que acabo de construir en la lujosa colonia de El Pedregal y me encargaré de que le abonen a usted la comisión del vendedor.”

Convencido a medias el cobrador, abogado del Departamento Jurídico de la empresa, se retiró pensando en la remota posibilidad de obtener una futura comisión.

Huelga decir que este “vivales” no tenía nexos con institución bancaria alguna. No le dio la gana de pagar o no tenía con que hacerlo, mucho menos tenía casa en el Pedregal o cosas importantes que hacer. Lo que sí sabía a ciencia cierta, era en qué día debía pagar; y así, de la supuesta confusión de fechas, nació el cuento asiático. Lo más probable es que haya volado con todo y mercancía, sin pagar.

A propósito del plagio de un ex gobernador ---que se destacó como nefasto en la historia del sufrido pueblo del Estado de Guerrero en la República Mexicana--- por parte de un grupo levantado en armas, una vez que fue convenido el monto del rescate y se llevó a cabo su liberación, fue entrevistado por todos los medios de comunicación habidos y por haber, y al parecer, inducido para la obtención de beneficios políticos de sus padrinos y, además, con la intención de minimizar la importancia del movimiento guerrillero, relató más o menos lo siguiente:

“Siempre dije a mis plagiadores que no les temía y que primero ofrendaría mi vida antes de aceptar que se me liberara mediante un rescate. Cuando en una ocasión me trasladaban no sé hacia donde por la abrupta sierra, alcancé a distinguir a lo lejos una partida militar y grité con todos mis pulmones:

¡Viva Echeverría! (presidente de México en aquel entonces) y en ese preciso momento se inició el tiroteo entre el bando guerrillero y el militar. Yo sólo pensaba en mi presidente y sin importarme perder la vida escapé de mis captores en medio de las balas hasta lograr reunirme con los soldados”

Seguramente habrá muchos que se acuerden de las expresiones en los rostros de los entrevistadores – que tienen prohibido reírse – pero los televidentes nos dimos gusto con este breve pero lleno de vehemencia “cuento chino”.

Posteriormente al ser liberado, se conoció el monto del rescate y los verdaderos detalles del intercambio, manifestándose así otra característica del “cuento chino”: que puede hacer parecer ridículo al protagonista.

Como resultado también de las profundas investigaciones acerca de esta figura del idioma, que generalmente es verbal y efímera, en mi país pudieron localizarse algunos ejemplares de “cuentos chinos” en letra impresa y fue en los libros de texto de “historia” editados por el gobierno y programados para la enseñanza primaria y secundaria.

En la última convención de especialistas en la creación de “cuentos chinos”, donde pudimos conocer a los más funestos miembros de la sociedad mundial, y cuya sede fue Taipei, Formosa (o Tailandia) por la negativa de la República Popular China a aceptarlos en su territorio, se llevó a cabo la calificación por categorías de los especialistas en el diseño, creación, improvisación, etc., etc. de este género de embustes. La clasificación abarcó una gran diversidad de mentirosos: hubo chuscos, intrigantes, fraudulentos, dramáticos, etc., etc. pero los tres primeros lugares que obtuvieron las enormes narices de oro, plata y bronce, fueron, respectivamente: 1º.- Los Políticos, 2º.- Los Infieles y 3º.-Los Merolicos.

Dzunum




miércoles, 17 de febrero de 2010

De Regreso



De Regreso
(cuento)

La calle, calle de recuerdos. Se ve alegre, y, tanto en el arroyo como en las aceras, se entremezclan niños, adolescentes y jóvenes que apenas se inician como adultos. Todos, parece que se entienden entre si, como si se tratara de una sola familia:

Los niños hacen bailar los trompos y rodar las canicas; los adolescentes varones juegan al fútbol a media calle, mientras que las muchachas hablan y hablan y hablan de quién sabe qué y procuran parecer joviales, pero, disimulando el interés que les despierta alguno de aquéllos galanes quienes, por su parte, se comen con los ojos a las más atractivas.

Los automóviles que a menudo pasan, interrumpen momentáneamente el juego de pelota. Algunos conductores precavidos disminuyen la velocidad cuidando a la muchachada y continúan despacio hasta la bocacalle. Otros, intolerantes, se pegan a la bocina y aceleran la velocidad del vehículo agresivamente, provocando la rechifla general.

Sentado en un quicio, observando el grupo, me puse a pensar en la posibilidad de detener esas estampas en el tiempo y poderlas revivir a voluntad. ¡Creo que estaré en esta calle el resto de mi vida! Así me dije a mí mismo románticamente.

Nadando en mis pensamientos y sin darme cuenta, llegó el día en que vi desintegrada esa cálida convivencia. De pronto, vemos que aquello termina y, entonces, buscamos una vieja fotografía para evocar lo que irremediablemente tuvo que irse. Seguimos la marcha hacia lo que nos depara el futuro y comprobamos que hemos concluido sólo una de tantas etapas de nuestra existencia, que merece guardarse en el recuerdo.

De regreso, me sorprende el deterioro de las casas y edificios de la que fue mi calle. Algunas de ellas, modificadas, ya no las reconozco, pero todas huelen a humedad, a vejez y, evocan nostalgia y recuerdos.

De regreso, busco inútilmente mis años que ahí se perdieron. ¿Dónde está todo?: la infancia, la adolescencia, los primeros versos, los primeros amores secretos escondidos en el alma, apenas en formación. El roce con cabellos perfumados, el cielo estrellado y la atmósfera todavía limpia.

De regreso, no encuentro más que una calle muerta. No hay quien camine por ella aun cuando la tarde es agradable. Nadie asoma por las ventanas ni por las viejas terrazas como en esos años tan lejanos y que tan largos parecían.

Una noche de aquéllas, en sabrosa plática, nos preguntamos quiénes veríamos el siglo veintiuno. Faltaban tantos años, que determinamos que menos de la mitad de los allí presentes lo lograríamos y al parecer, así ha sido.

Trato ahora de comprender cuál es la misión que tengo en este mundo, este mundo que se empequeñece cada día más, tanto, que prefiero desplazarme en el tiempo y el recuerdo.

Dzunum

Marina

MARINA
(cuento)

Eran los tiempos de la adolescencia -que tan pocos son los que se graban con firmeza en el recuerdo- Felipe pudo evocar con claridad los pequeños detalles de aquel breve pasaje de su vida aún cuando el tiempo transcurrido desde entonces, había colmado de años su existencia.

Eran cinco en la mesa de la modesta vivienda de la vecindad; el mantel era ahulado y lucía un estampado de grandes rosas rojas. En el centro de la mesa un botellón de barro tapado con su propio vaso despedía su agradable aroma al contacto con el agua fresca que atesoraba.

Marina vino hacia ellos saliendo de la pequeña cocina y fumando un cigarrillo que alguien le había pedido encender en el mechero de la estufa de petróleo cuyo olor tan característico ya les era familiar. Al aspirar el humo entrecerró los ojos, que aunque pequeños, eran insustituibles en ese rostro moreno claro, lozano y pleno de juventud. Su pelo negro, poco ensortijado y que no denotaba ningún cuidado especial, llegaba apenas donde termina la nuca. El conjunto en fin, era cautivador.

Marina atraía a la muchachada como la miel a los insectos. Se manejaba con aplomo entre los varones y para todos tenía una mirada y una sonrisa que parecía decir mucho de lo que uno quisiera que dijeran. Cuando su falda rozaba a alguno, al pasar entre ellos, un estremecimiento era inevitable.

El grupo enamoradizo se enfrascó en pláticas y discusiones intrascendentes, como suele ser en esa edad incierta, tratando de disfrazar el interés que todos tenían en ser elegidos por Marina, cuya madre, por cierto, interrumpía el desorden cuando cruzaba de un lugar a otro de la pequeña vivienda. La señora parecía ensimismada en sus preocupaciones y tal vez pensaba que en lugar de un grupo de adolescentes “sin oficio ni beneficio” -como se decía entonces- mejor apareciera un hombre formal y en buena situación económica que asegurara el porvenir de su hija y cubriera las carencias que les acarreaba la pobreza. Cierto que Marina era muy joven, pero ya tenía todo lo que debe tener una mujer para ser casadera.

El piso de duela -tan usual en esos días- dejaba ver el amarillo de los espacios que no cubría el tapete de yute, un tinte tradicional llamado “congo” que reflejaba la luz y daba la sensación de más claridad.

Las sillas verdes de madera de pino, torneadas rústicamente y combinadas con bejuco, se apiñaban en derredor de la pequeña mesa amontonando al grupo en un pequeño espacio, del que brotaba el humo de cigarrillo (que era moda indispensable entre los varones) y una ruidosa confusión de comentarios y risas.

La noche era un poco fresca y Felipe se amodorró en su silla disfrutando el acogedor ambiente y buscando, sin cesar, los ojos de Marina, quien de pie, recargada provocativamente en el marco de la puerta de la cocina, dominaba al grupo con sus ojos vivaces y, seguramente, ya había escogido al de su predilección. En tanto, con disimulo, vigilaba el cocimiento que hervía sobre la pequeña estufa. Los encuentros de miradas insinuantes con los verdes pretendientes los deshacía Marina de inmediato con una breve y franca sonrisa que derribaba esperanzas.

El mayor del grupo fanfarroneaba contando “hazañas”--que hubiera deseado vivir-- pero que nunca se hubiera atrevido a realizar y, sin embargo, las daba por un hecho. Marina aparentaba impresionarse, pero después, con una breve sonrisa, manifestaba su incredulidad. Otro de ellos hacía alarde de su gran habilidad para pilotear cualquier vehículo, aseveración que los demás no pudieron corroborar. Felipe por su parte fingía atención a todos asintiendo con movimientos de cabeza, pero su pensamiento era sólo Marina, aunque nunca percibió en ella algo especial para él, en ninguna de las múltiples visitas, por lo que al finalizar la tertulia de esa noche, se despidió esforzándose en ocultar su desilusión y decidió no regresar más.

Ocho o diez años después de este breve espacio de juventud, Felipe, ya domiciliado lejos del barrio de su niñez y adolescencia, se encontró casualmente a dos de sus amigos con los que asistía a las visitas a Marina. Dispuestos a celebrar el encuentro, Felipe sugirió tomar una copa o una taza de café para conversar sobre los viejos tiempos y, aunque los tres manifestaban un sincero entusiasmo, uno de ellos recordó un compromiso que lo obligaba a irse en pocos minutos. En ese pequeño lapso recordaron las visitas a Marina. Dijeron a Felipe: “la visita siguiente, a la última que fuiste, Marina lucía radiante, ¡como nunca! y con insistencia preguntaba por ti, frunciendo el entrecejo, y se asomaba al patio de la vecindad a cada rato para ver si aparecías, haciendo que todos nos sintiéramos celosos de ti”.

“Como francamente ignorábamos porqué no habías ido, sólo nos mirábamos las caras cuando Marina preguntaba. ¡De lo que te perdiste! ¡Estaba tan linda esa noche! Nos dimos cuenta entonces, ¡no sin envidia!, que tú, eras el elegido”.

Al finalizar la breve charla, los tres amigos intercambiaron números telefónicos y domicilios, prometiendo comunicarse en el futuro. Se abrazaron y despidieron efusivamente.

Felipe sintiéndose feliz, aunque nostálgico, dirigió sus pasos al zócalo, admirando los hermosos edificios de la calle de Madero y silbando una tonada de nombre Monalisa que le gustaba mucho a Marina.

Algunos recuerdos se conservan frescos durante toda la vida.

Dzunum.